La realidad política en México
Autor: Armando Peraza Guzmán
Es indudable que toda política
pública tiene puntos buenos y malos, los cuales son casi imposible que no
afecten en algún ámbito, pues la sociedad es múltiple y sus acciones son muy
complejas. Las políticas públicas de este sexenio están en la misma tesitura,
lo que permite a los enemigos de López Obrador hacer criticas utilizando lo que
ellos llaman, datos duros, que en efecto son verdaderos y que viéndolos desde esa
sola perspectiva, pueden envolver un discurso explosivo e incendiario para
atacarlo, sin embargo, viéndolo desde una perspectiva también fría, podemos
encontrar puntos positivos y duros en cada una de esas políticas públicas que ellos
critican y fácilmente meternos a una guerra de datos que, si son utilizados
desde una perspectiva marcada por el enojo, la misoginia o la violencia de género
en nada sirven para el diálogo, al contrario, sólo sirven para descalificar y
entonces, no hay pluralidad, sólo encono que es lo que percibo en muchos de las
personas que son invitadas a debatir en los medios, no debaten, descalifican.
Por otro lado, desde mi propio
análisis como docente en Administración Pública y Políticas Públicas, puedo
decir que a mí lo que me importa serían los poderes fácticos, pues de ellos
depende en muchos casos las posibilidades de acción de un gobierno y los
obstáculos que puede encontrar en su camino. En el caso de México, estos
poderes fácticos interesados sólo en su propio provecho, han actuado históricamente
saqueando a la nación mediante gobernantes títeres que, de una u otra manera,
han comprado con grandes aportaciones, en su mayoría ilegales, a los Partidos Políticos
para lograr que los gobernantes en turno estén a su disposición, ya que estos
poderes son o han sido los verdaderos electores, y nada hay más antidemocrático
que esto, por lo tanto, la tan cacareada democracia que muchos manejan como
logro de los gobiernos anteriores, no es
real, aunque reconozco que la modernización del sistema político mexicano ha
transformado sus pautas de dominación tradicional antidemocráticas mediante
algunas mejora en campos como los de la libre expresión (dentro de ciertos
límites como Aristegui y otros periodistas ya conocen).
El gobierno de López Obrador
llegó sin esa carga de compromisos por el fuerte repudio al viejo sistema que
se descompuso a ojos vistas e hizo pública y notoria su corrupción e impunidad,
además de su fuerte vinculación a poderosos grupos delictivos sobre todo del
narcotráfico, donde varios gobernantes terminaron siendo enjuiciados por su complicidad
e ineptitud al manejarse dentro de este sui generis sistema, ya que abusaron
notoriamente del saqueo, el cual pudo detectarse públicamente por el avance de
los medios de comunicación (TIC) y el uso de las redes en nuestro país que se
extendió brutalmente denunciando esta patología.
Es así, que el actual gobierno ha
podido hacer reformas que han beneficiado al grueso de la población, aun cuando
en el trayecto ha tenido que enfrentar el deterioro de muchas instituciones del
Estado que se intentó destruir en el viejo régimen y que ha sido muy costoso
recuperar, por lo que se ha tenido que incurrir en costos sociales y
ambientales altos para lograr su recuperación, ya que de otro modo no hubiera
sido posible de lograr. El caso de Pemex y CFE, son paradigmáticos en esta explicación
o incluso algunos otros proyectos de desarrollo de alto impacto como el Tren
Maya.
Es innegable también, que para
lograr una transformación de esta envergadura en un corto espacio de tiempo se
necesita un líder fuerte, lo que se contrapone en algunos puntos a la postura
de ciertos analistas democráticos que tienden a considerar el liderazgo fuerte
como similar a una dictadura, ya que no son escuchados, pero en perspectiva, un
liderazgo fuerte que tiene el 60 o 70 por ciento del apoyo popular electoral,
se enfrenta a liderazgos débiles portavoces de poderes fácticos del viejo
régimen, que no necesita escuchar en un proceso profundo de transformación. Su vinculación
a la democracia está vinculado al respeto a los derechos humanos y a la ley y
no a escuchar a minorías pertenecientes al anciano régimen decadente del que
queremos salir, las que tendrán el derecho a hablar y serán escuchadas en tanto
logren un apoyo sustancial de la población en sus requerimientos, lo que no ha
acontecido, dato que se puede observar desde el activismo político
independiente de las redes sociales o desde las numerosas encuestas que
cotidianamente se están llevando a cabo, en un momento histórico en el que el
tan cacareado quinto poder, el de la prensa tradicional, ya no existe, aunque
les sigue siendo costoso a los viejos poderes fácticos su mantenimiento.
Las nuevas formas de gobierno
requieren discursos nuevos que encaren al viejo y corrupto régimen y sus intelectuales
orgánicos, que no han podido dar el salto a la modernidad y que sólo
descalifican a estos nuevos ordenes de poder público, como las redes sociales –Marín
es un ejemplo-- en un intento patético por mantener su viejo y corrupto
clientelismo, pero sin poder hacer un uso efectivo de ellas por su amplia y
brutal expansión y politización, que ha
hecho de su manipulación algo cada vez más costoso e ineficaz ante liderazgos
con tanto apoyo popular y un manejo del discurso tan efectivo como el que
vivimos.
Es así que mientras no modernicen
su discurso, acepten muchos cambios, sobre todo de tipo social y económico y se
resignen a menores márgenes de ganancia, estos poderes fácticos económicos y
políticos no podrán llegar de nuevo al poder y si lo hacen, es que ya estarán
dentro de un nuevo paradigma como el europeo, donde los grupos conservadores conviven
pagando altos impuestos y permitiendo instituciones solidarias con los más
pobres, lo que les permiten gobernar de nuevo con una renovada y ya no corrupta
legitimidad.