jueves, 3 de diciembre de 2020

 

La realidad política en México

Autor: Armando Peraza Guzmán

Es indudable que toda política pública tiene puntos buenos y malos, los cuales son casi imposible que no afecten en algún ámbito, pues la sociedad es múltiple y sus acciones son muy complejas. Las políticas públicas de este sexenio están en la misma tesitura, lo que permite a los enemigos de López Obrador hacer criticas utilizando lo que ellos llaman, datos duros, que en efecto son verdaderos y que viéndolos desde esa sola perspectiva, pueden envolver un discurso explosivo e incendiario para atacarlo, sin embargo, viéndolo desde una perspectiva también fría, podemos encontrar puntos positivos y duros en cada una de esas políticas públicas que ellos critican y fácilmente meternos a una guerra de datos que, si son utilizados desde una perspectiva marcada por el enojo, la misoginia o la violencia de género en nada sirven para el diálogo, al contrario, sólo sirven para descalificar y entonces, no hay pluralidad, sólo encono que es lo que percibo en muchos de las personas que son invitadas a debatir en los medios, no debaten, descalifican.

Por otro lado, desde mi propio análisis como docente en Administración Pública y Políticas Públicas, puedo decir que a mí lo que me importa serían los poderes fácticos, pues de ellos depende en muchos casos las posibilidades de acción de un gobierno y los obstáculos que puede encontrar en su camino. En el caso de México, estos poderes fácticos interesados sólo en su propio provecho, han actuado históricamente saqueando a la nación mediante gobernantes títeres que, de una u otra manera, han comprado con grandes aportaciones, en su mayoría ilegales, a los Partidos Políticos para lograr que los gobernantes en turno estén a su disposición, ya que estos poderes son o han sido los verdaderos electores, y nada hay más antidemocrático que esto, por lo tanto, la tan cacareada democracia que muchos manejan como logro de los gobiernos anteriores, no  es real, aunque reconozco que la modernización del sistema político mexicano ha transformado sus pautas de dominación tradicional antidemocráticas mediante algunas mejora en campos como los de la libre expresión (dentro de ciertos límites como Aristegui y otros periodistas ya conocen).

El gobierno de López Obrador llegó sin esa carga de compromisos por el fuerte repudio al viejo sistema que se descompuso a ojos vistas e hizo pública y notoria su corrupción e impunidad, además de su fuerte vinculación a poderosos grupos delictivos sobre todo del narcotráfico, donde varios gobernantes terminaron siendo enjuiciados por su complicidad e ineptitud al manejarse dentro de este sui generis sistema, ya que abusaron notoriamente del saqueo, el cual pudo detectarse públicamente por el avance de los medios de comunicación (TIC) y el uso de las redes en nuestro país que se extendió brutalmente denunciando esta patología.

Es así, que el actual gobierno ha podido hacer reformas que han beneficiado al grueso de la población, aun cuando en el trayecto ha tenido que enfrentar el deterioro de muchas instituciones del Estado que se intentó destruir en el viejo régimen y que ha sido muy costoso recuperar, por lo que se ha tenido que incurrir en costos sociales y ambientales altos para lograr su recuperación, ya que de otro modo no hubiera sido posible de lograr. El caso de Pemex y CFE, son paradigmáticos en esta explicación o incluso algunos otros proyectos de desarrollo de alto impacto como el Tren Maya.

Es innegable también, que para lograr una transformación de esta envergadura en un corto espacio de tiempo se necesita un líder fuerte, lo que se contrapone en algunos puntos a la postura de ciertos analistas democráticos que tienden a considerar el liderazgo fuerte como similar a una dictadura, ya que no son escuchados, pero en perspectiva, un liderazgo fuerte que tiene el 60 o 70 por ciento del apoyo popular electoral, se enfrenta a liderazgos débiles portavoces de poderes fácticos del viejo régimen, que no necesita escuchar en un proceso profundo de transformación. Su vinculación a la democracia está vinculado al respeto a los derechos humanos y a la ley y no a escuchar a minorías pertenecientes al anciano régimen decadente del que queremos salir, las que tendrán el derecho a hablar y serán escuchadas en tanto logren un apoyo sustancial de la población en sus requerimientos, lo que no ha acontecido, dato que se puede observar desde el activismo político independiente de las redes sociales o desde las numerosas encuestas que cotidianamente se están llevando a cabo, en un momento histórico en el que el tan cacareado quinto poder, el de la prensa tradicional, ya no existe, aunque les sigue siendo costoso a los viejos poderes fácticos su mantenimiento.  

Las nuevas formas de gobierno requieren discursos nuevos que encaren al viejo y corrupto régimen y sus intelectuales orgánicos, que no han podido dar el salto a la modernidad y que sólo descalifican a estos nuevos ordenes de poder público, como las redes sociales –Marín es un ejemplo-- en un intento patético por mantener su viejo y corrupto clientelismo, pero sin poder hacer un uso efectivo de ellas por su amplia y brutal expansión y politización,  que ha hecho de su manipulación algo cada vez más costoso e ineficaz ante liderazgos con tanto apoyo popular y un manejo del discurso tan efectivo como el que vivimos.

Es así que mientras no modernicen su discurso, acepten muchos cambios, sobre todo de tipo social y económico y se resignen a menores márgenes de ganancia, estos poderes fácticos económicos y políticos no podrán llegar de nuevo al poder y si lo hacen, es que ya estarán dentro de un nuevo paradigma como el europeo,  donde los grupos conservadores conviven pagando altos impuestos y permitiendo instituciones solidarias con los más pobres, lo que les permiten gobernar de nuevo con una renovada y ya no corrupta legitimidad.