La violencia o la esperanza, el dilema del nuevo sexenio.
Los mexicanos asistimos estupefactos a las imágenes de
violencia que se dieron durante la toma de posesión de Peña Nieto y es que
realmente y fuera de algunos estados del sur de la república, no estamos
acostumbrados a ese tipo de manifestaciones que sólo vemos en la TV con
referencia a España, Egipto o quizá a Guerrero, Michoacán o Oaxaca, pero no en
la capital del país con bombas Molotov y todo eso.
La violencia y la guerra son ajenas a la democracia, de
hecho son sus enemigas, ya que cuando desde el poder se apela a ella lo que
ocurre es que se dispara la contingencia, o en otras palabras, deja de ser
predecible el comportamiento de los que fueron afectados por ella y de todo el
entorno que rodea a la acción política. Por eso es tan peligrosa, porque lo mismo
puede servir para impulsar la democracia como lo ha sido en Egipto, como para
llevarnos a una dictadura como sucedió en muchos países de América Latina.
La sociedad mexicana ha respondido exigiendo castigo a los
culpables, aunque cada vez más, es menos seguro que los culpables son los que
fueron detenidos, detenciones que parece ser respondieron a acciones
arbitrarias de los policías que las llevaron a cabo como están demostrando
varios videos que muestran estas detenciones en Internet.
Sin embargo, más allá de los complots y los grupos radicales
que participaron, la pregunta es ¿por qué los asistentes fueron inducidos a ese
grado de violencia cuando en situaciones normales los dirigentes han podido
controlar a estos movimientos extremistas? Anteriormente la población, los jóvenes y otros grupos
civiles se habían mantenido al margen salvo hechos aislados dirigidos por los
extremistas de siempre que todos conocemos.
Una explicación sería la violencia previa que se dio antes y
durante el último ejercicio electoral, la cual consiste en una violencia de
tipo simbólica --pero violencia al fin—, consistente en la instrumentalización
–en lenguaje sociológico— de los más pobres. Cuando los partidos compran votos,
se dice que están instrumentalizando a la gente, esto es, que los ven, no como
seres humanos, sino como mercancías que pueden comprar y de las que pueden
disponer. En Ciencia Política una situación de este tipo es considerada una
forma de violencia. Ahora bien, cuando se da de una manera tan amplia como sucedió
en las últimas elecciones, no puede menos que provocar que la política entre
en grados de contingencia mayores, es decir, se deteriora la estructura de
convivencia política que resguarda la sana convivencia entre ciudadanos mediada
por los partidos políticos y puede suceder cualquier cosa, lo político se
vuelve impredecible.
Un costo tendría que tener la forma en que se organizó el
fraude electoral y la impunidad que existe y que no guarda ni las formas más
elementales de simulación, cuando el IFE declara que según sus investigaciones
lo de Monex y Soriana, el fraude vía los monederos, no existió, cuando para la
población esta declaración no es más que otra forma en que se exhibe la
impunidad y la descomposición que prevalece en el medio político de nuestro
país.
Violencia genera violencia ¿Cómo generar confianza y
alejarnos de tan pernicioso círculo que puede llevarnos a más y más violencia?
La respuesta del gobierno en turno fue el pacto político, una buena respuesta
si se logra cumplir y si los poderes fácticos no logran bloquearlo como fue el
caso del partido verde que logró cambiarlo de última hora bajo órdenes de
televisa. El inicio de un nuevo sexenio siempre ha ido acompañado de la
esperanza, cada vez más débil, pero esperanza al fin. Vivimos un momento de
coyuntura en que nos dejó la guerra de Calderón y que aumentó con la violencia
electoral. Roguemos porque se pueda enderezar el camino y poner un coto a la
muerte de la democracia en México, lo que nos queda que no es despreciable, a
pesar de lo que muchos creen.
Dr Armando Peraza Guzmán
Profesor investigador de la Universidad Pedagógica Nacional
en Yucatán y miembro del claustro académico de la Universidad Anáhuac en
Mérida.