viernes, 14 de octubre de 2022

 

EL MILITARISMO A DEBATE.

Dr. Armando Peraza Guzmán

 

En el debate sobre el militarismo, creo necesario vincular el problema con la realidad en que estamos viviendo antes de asumir una postura generalista sobre el tema.

Nuestra historia y la historia de América Latina está llena de golpes militares y del peligro que existe cuando se le da demasiado poder político a los militares, sobre todo en lo que respecta a la violación de nuestros derechos fundamentales o humanos. Sin embargo, la historia también nos enseña la importancia de los militares en ciertas épocas de nuestra historia.

Recientemente vi un programa muy realista sobre la evolución del narcotráfico en México –La serie “Narcos” en Netflix— y lo que me quedo claro y confirmó mis temores, es la poca efectividad para combatir el crimen que tiene la autoridad civil –léase policías— y puedo afirmar, que en países subdesarrollados como el nuestro, las policías mal pagadas, con deficiente preparación y sin motivaciones hacia el respeto de la ley, buscan cumplimentar su magro salario con la extorsión y el crimen.

De hecho, las policías sólo son efectivas en la defensa de los grupos económicamente poderosos de la sociedad y en la mayoría de los casos, están al servicio de esos grupos y defienden con cierta efectividad sus intereses, atendiendo sólo a los más pobres cuando un asunto, por su magnitud, llega a la opinión pública y puede afectar la estabilidad y la credibilidad del poder político-económico en turno.

El ejemplo de “Las muertas de Juárez”, es un ejemplo palpable de ello, al volverse esa ciudad un coto de casa, no de un asesino serial, sino de todos los depredadores y psicópatas tanto de EEUU como de México, que vieron en las miles de mujeres que trabajaban en las maquiladoras una oportunidad para usarlas y desecharla, matándolas, violándolas y demás cosas bestiales que se le pudieran hacer a un ser  humano, en medio de una impunidad pocas veces vistas y que nos remiten a las épocas más oscuras de la humanidad.

Y la autoridad que hizo, nada, eran pobres sin voz, fueron muchas muertes en la total impunidad durante mucho tiempo, con una policía marcada por el vicio, la prepotencia y la impotencia por los bajos presupuestos destinados a la seguridad pública y por las infames condiciones de trabajo en que laboran los legistas, médicos y demás personal que trabajan en esas dependencias.

Fueron las mismas mujeres las que lograron hacer visibles esas muertes, obligando al Estado a actuar por el fuere impacto que tuvo dentro de la opinión pública.

Situaciones como esas, son las que me hacen pensar que las policías civiles tienen poca eficacia en una sociedad marcada por la guerra contra las drogas, como la nuestra, pues vivimos en una época de excepción que requiere otras nuevas formas y modos para encarar este nivel de delincuencia.

El ejército no fue la mejor solución para encarar el problema del narcotráfico, que vinculado al crimen organizado, nos estaba devorando socialmente desde hace mucho tiempo y de ahí el error garrafal del presidente Calderón y de su sucesor, un cuasi analfabeta como el presidente Peña.

Y no lo fue, porque su propio aparato de seguridad estaba penetrado por el narcotráfico y crimen organizado que debía erradicar y porque el ejército, sólo fue un instrumento que funcionaba de forma ilegal o inconstitucional y por tanto, fuera de toda norma legal de responsabilidad y rendición de cuentas, al amparo de un mandatario con nula legitimidad.

La idea de integrar al ejercito como una institución legal y constitucionalmente autorizada, vinculada a la seguridad pública y a la Guardia Nacional, proporcionándole a ésta mandos civiles profesionales de formación castrense --los únicos con una formación que supera al de las policías civiles en nuestro país--, no es descabellada. 

De hecho, creo que es una solución y ante la total incapacidad de la oposición para ofrecer una alternativa mejor, creo que es, hasta el momento, la única posibilidad de responderle a la inseguridad pública.

La Guardia Nacional tiene que madurar, los recursos que se están canalizando a su formación e integración, así como a sus instalaciones son cuantiosos, pero lleva tiempo formar profesionales en un país que nunca se preocupó por hacerlo.

Las policías municipales y estatales son diversas, pero desgraciadamente poco capacitadas, ineficientes y corruptas, además de mal pagadas, con una triste historia difícil de remontar y con una lamentable fama pública vinculada a delincuencia y abusos.  

La idea que también tengo y que me preocupa, es que en un país con tanta impunidad, como el que tenemos, la resistencia a profesionalizar las fuerzas del orden con el apoyo castrense –una institución que obedece a sus propias reglas y no a las reglas de la política— no es muy del agrado a los grupos de poder que tradicionalmente han tenido el control político y económico del país, por sus fuertes vínculos con la delincuencia organizada, no encuentro otra manera para explicar la repulsa que en esos grupos están teniendo a esta iniciativa, a pesar del apoyo que la mayoría de los mandatarios de los Estados de la República le ha expresado.

Eso no quiere decir que los militares son unas blancas palomas, pero si, que un nuevo actor jurídicamente autorizado y con reglas claras para su desempeño y rendición de cuentas en el ámbito de la Derechos Humanos, será un hueso duro de roer para el crimen organizado.

Tengamos esperanza, todo cambio es bienvenido cuando está marcado por el diálogo y la legalidad, sólo así podremos ver fortalecidas nuestras instituciones.