EL MILITARISMO A DEBATE.
Dr. Armando Peraza Guzmán
En el debate sobre el militarismo, creo necesario vincular el problema con
la realidad en que estamos viviendo antes de asumir una postura generalista
sobre el tema.
Nuestra historia y la historia de América Latina está llena de golpes
militares y del peligro que existe cuando se le da demasiado poder político a
los militares, sobre todo en lo que respecta a la violación de nuestros
derechos fundamentales o humanos. Sin embargo, la historia también nos enseña
la importancia de los militares en ciertas épocas de nuestra historia.
Recientemente vi un programa muy realista sobre la evolución del
narcotráfico en México –La serie “Narcos” en Netflix— y lo que me quedo claro y
confirmó mis temores, es la poca efectividad para combatir el crimen que tiene
la autoridad civil –léase policías— y puedo afirmar, que en países
subdesarrollados como el nuestro, las policías mal pagadas, con deficiente
preparación y sin motivaciones hacia el respeto de la ley, buscan cumplimentar
su magro salario con la extorsión y el crimen.
De hecho, las policías sólo son efectivas en la defensa de los grupos
económicamente poderosos de la sociedad y en la mayoría de los casos, están al
servicio de esos grupos y defienden con cierta efectividad sus intereses, atendiendo
sólo a los más pobres cuando un asunto, por su magnitud, llega a la opinión
pública y puede afectar la estabilidad y la credibilidad del poder
político-económico en turno.
El ejemplo de “Las muertas de Juárez”, es un ejemplo palpable de ello, al
volverse esa ciudad un coto de casa, no de un asesino serial, sino de todos los
depredadores y psicópatas tanto de EEUU como de México, que vieron en las miles
de mujeres que trabajaban en las maquiladoras una oportunidad para usarlas y
desecharla, matándolas, violándolas y demás cosas bestiales que se le pudieran
hacer a un ser humano, en medio de una
impunidad pocas veces vistas y que nos remiten a las épocas más oscuras de la
humanidad.
Y la autoridad que hizo, nada, eran pobres sin voz, fueron muchas muertes
en la total impunidad durante mucho tiempo, con una policía marcada por el
vicio, la prepotencia y la impotencia por los bajos presupuestos destinados a
la seguridad pública y por las infames condiciones de trabajo en que laboran
los legistas, médicos y demás personal que trabajan en esas dependencias.
Fueron las mismas mujeres las que lograron hacer visibles esas muertes,
obligando al Estado a actuar por el fuere impacto que tuvo dentro de la opinión
pública.
Situaciones como esas, son las que me hacen pensar que las policías civiles
tienen poca eficacia en una sociedad marcada por la guerra contra las drogas,
como la nuestra, pues vivimos en una época de excepción que requiere otras
nuevas formas y modos para encarar este nivel de delincuencia.
El ejército no fue la mejor solución para encarar el problema del
narcotráfico, que vinculado al crimen organizado, nos estaba devorando socialmente
desde hace mucho tiempo y de ahí el error garrafal del presidente Calderón y de
su sucesor, un cuasi analfabeta como el presidente Peña.
Y no lo fue, porque su propio aparato de seguridad estaba penetrado por el narcotráfico
y crimen organizado que debía erradicar y porque el ejército, sólo fue un
instrumento que funcionaba de forma ilegal o inconstitucional y por tanto,
fuera de toda norma legal de responsabilidad y rendición de cuentas, al amparo
de un mandatario con nula legitimidad.
La idea de integrar al ejercito como una institución legal y
constitucionalmente autorizada, vinculada a la seguridad pública y a la Guardia
Nacional, proporcionándole a ésta mandos civiles profesionales de formación
castrense --los únicos con una formación que supera al de las policías civiles
en nuestro país--, no es descabellada.
De hecho, creo que es una solución y ante la total incapacidad de la
oposición para ofrecer una alternativa mejor, creo que es, hasta el momento, la
única posibilidad de responderle a la inseguridad pública.
La Guardia Nacional tiene que madurar, los recursos que se están
canalizando a su formación e integración, así como a sus instalaciones son
cuantiosos, pero lleva tiempo formar profesionales en un país que nunca se
preocupó por hacerlo.
Las policías municipales y estatales son diversas, pero desgraciadamente
poco capacitadas, ineficientes y corruptas, además de mal pagadas, con una
triste historia difícil de remontar y con una lamentable fama pública vinculada
a delincuencia y abusos.
La idea que también tengo y que me preocupa, es que en un país con tanta
impunidad, como el que tenemos, la resistencia a profesionalizar las fuerzas
del orden con el apoyo castrense –una institución que obedece a sus propias
reglas y no a las reglas de la política— no es muy del agrado a los grupos de
poder que tradicionalmente han tenido el control político y económico del país,
por sus fuertes vínculos con la delincuencia organizada, no encuentro otra
manera para explicar la repulsa que en esos grupos están teniendo a esta
iniciativa, a pesar del apoyo que la mayoría de los mandatarios de los Estados
de la República le ha expresado.
Eso no quiere decir que los militares son unas blancas palomas, pero si,
que un nuevo actor jurídicamente autorizado y con reglas claras para su
desempeño y rendición de cuentas en el ámbito de la Derechos Humanos, será un
hueso duro de roer para el crimen organizado.
Tengamos esperanza, todo cambio es bienvenido cuando está marcado por el
diálogo y la legalidad, sólo así podremos ver fortalecidas nuestras instituciones.